Esta mañana hemos salido a pasear por la playa. Su hermana ha
venido a casa para cortarle el pelo con la maquinilla de pelar hombres. Cuando
ha terminado de ataviarla Belle me ha llamado. Yo he subido y he entrado en
nuestro dormitorio pidiendo permiso, como en las casas de importancia. La he
encontrado guapa y así se lo he dicho. Y ella, con cierto desenfado me ha
llamado embustero, pero como jugando y con un ligero temblor de aguas en el
fondo de sus ojos.
Hemos ido a Torre del Mar. En el Paseo todos nos miraban. Yo me
sentía como si llevara de la mano algo muy importante. Belle anda como no
queriéndose romper, y sin pretenderlo se hace fuerte, como algo clásico que se
echara a la calle a pasear. Me mira con sus ojos grandes, hermosos pero
tristes, muy tristes. Y me dice que me quiere. Y yo entonces la siento como una
linda pompa de jabón que se me quiere romper entre las manos. Las gaviotas,
jugando con la brisa del mar han tejido un palio de lunas blancas sobre
nuestras cabezas. De pronto, el viento ha saltado a Poniente. Las gaviotas se
han dispersado con un espeso griterio, y un viento fresco y azul nos ha lavado
a los dos la cara.
La mañana ha terminado con la cotidiana compra del periodico y el
aperitivo en un chiringuito solitario del Paseo Marítimo pero yo sé, en lo más
hondo de mí, que algo de habanera inacabada ha tenido ese paseo por la playa.
Por la tarde, en casa, le he montado la sombrilla en la terraza que mira a la
playa y ella, como una hermosa hada de los colores se ha sentado a poner orden en
el azul del mar.
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