jueves, 30 de enero de 2014

Mi hermana me ha llamado.....

                                                VIII



Mi hermana me ha llamado al móvil. Me dice que mañana viene para quedarse todo el día conmigo y que Mario pueda descansar ese día. Le he pedido que me traiga braguitas de papel de esas de usar y tirar, y un tarro de tinta para la estilográfica.Son curiosas las relaciones que se mantienen dentro de la familia. Cuando nos encontramos disfrutando de un perfecto estado de salud no nos acordamos unos de otros; viviendo apenas a dos o tres horas de distancia pasamos el mes con dos llamadas de teléfono en las que nos soltamos todos los tópicos aprendidos de nuestros padres y nos preguntamos de forma burocrática, como notarios, por la salud de los componentes de nuestras respectivas familias...Y así vamos tirando. Y en cambio cuando una enfermedad de cierta magnitud hace presa en uno de nosotros, todos los demás caen en una especie de marasmo, hacen muestra de unas ansiedades, renacen unas extrañas culpabilidades de no se sabe bien qué tiempos pasados; francamente, no lo entiendo, o lo entiendo demasiado bien. Yo sé muy bien el carácter que tengo. Con mis hermanas no he sido siempre todo lo justa que hubiera debido ser pero tengo que decir en mi descargo y en estricta justicia que cuando yo me he encontrado en alguna situación dificil no he sentido tampoco el apoyo de ellas; en los momentos dificiles de mi vida he mirado alrededor y no las he visto a ellas, no me ha llegado el calor de su aliento; he echado a faltar esa mano amiga que en los momentos dificiles se te acerca para que te apoyes en ella y no des el salto al vacío; me he sentido sola, esa es la verdad, muy sola. No deja de ser curioso, por otra parte, la escasez de ejemplos de hermanos unidos por una fuerte amistad que nos ofrece la Historia de la Literatura. Ni siquiera en las obras de ficción nos encontramos con dos seres que, paridos por el mismo útero, nos puedan hacer olvidar la negra leyenda de Caín y Abel. Parece ser que en las grandes obras de la narrativa ha dado siempre más juego el sentimiento del odio que el del amor que solo lo hemos encontrado en aquellos rancios comics llamados "de hadas" que comprábamos en los kioscos cuando eramos niños y los cambiábamos a real la pieza y a los que yo, a pesar de ser niña, no fui nunca aficionada desechándolos como materia de lectura y tomando en cambio los de mis hermanos, aquellas colecciones de El Jabato, El Capitán Trueno (soñaba con convertirme en la rubia Sigrid) y hasta los de Roberto Alcazar que me parecían, todos ellos, mucho más divertidos, costumbre que tuvo muy preocupada a mamá durante parte de mi infancia. Se ve que ya iba una apuntando maneras, como se dice coloquialmente, porque siendo ya una mocita de catorce años y vistiendo el úniforme de un rancio colegio de monjas, me leí en dos tardes Madame Bovary encerrada en los lavabos del colegio, en un viejo y sobado ejemplar de la Editorial Losada que me sacó a préstamo, en su nombre, de la biblioteca municipal, el amigo de uno de mis hermanos. Yo no conocía la existencia de esa señora hasta el mismo instante en que una profesora del colegio, una vieja solterona que habría hecho las delicias de Freud nos la puso como ejemplo de la mujer pecadora y abyecta por excelencia. ¿Quien me iba a decir, que por vía de una prohibición iba a llegar yo a entrar en contacto con una de las mejores novelas de la historia de la literatura universal?Con mi primer sueldo del Magisterio me compré una buena edición que releo con gusto de vez en cuando.

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