viernes, 31 de enero de 2014

Ayer, por la mañana.....

                                                VII



Ayer por la mañana, muy temprano, antes del reparto del desayuno me llevaron a la Sala de Curas para sacarme una muestra de sangre del esternón y comprobar si la médula ha comenzado ya a generar plaquetas. Mario, que me conoce bien y sabe lo sensible que soy a la presencia de una aguja hipodérmica, le ha solicitado a la doctora Barrancos autorización para acompañarme. La doctora se ha disculpado muy correctamente y le ha dicho que las normas del hospital son muy rigurosas y que ni ella misma está capacitada para otorgarle ese permiso. Mario se ha quedado en el pasillo paseando con cierto nerviosismo. De todas formas, los enfermeros y los médicos son muy amables y pacientes con todos nosotros, mucho más que en las otras plantas de este mismo hospital, y el dolor físico se me ha amortiguado bastante con las atenciones de que he sido objeto. Esto, cuando entras en el hospital ahogada en una infinita tristeza y preguntándote constantemente que por qué te ha tenido que tocar a tí pasar por esta dura prueba, cuando eso, ese comportamiento tan familiar de todo el personal que te atiende te ayuda a enfrentarte con el mal que te ha llevado hasta ellos, incluso te inyecta en el alma cierta dosis de un moderado optimismo que te abre una ventana a la esperanza siquiera sea para adaptarte a la nueva y fatal situación en la que te ha colocado el Destino. Pero pasado un tiempo, y acostumbrada a ese estatus de confort sicológico y espiritual, y convertida ya en carne de hospital, pues entonces, y cuando menos te lo esperas, ocurre; todas esas buenas maneras y ese celo que con la mejor intención ponen sobre tí y sobre los familiares que te acompañan todo el personal de la planta, desde el médico hasta la modesta limpiadora que te adecenta todos los días el aseo, se vuelven irremediablemente contra una en forma de miedo, si, si, eso es lo que he dicho: miedo, te da miedo, te da pánico, porque ellos (¿qué otra cosa pueden hacer?)con ese comportamiento tan humano a lo que, por desgracia nos tienen tan poco acostumbrados en estos enormes hospitales donde el pobre enfermo llega a sentirse en algún momento como uno de aquellos infelices cristianos ante la boca abierta del león en el circo romano, con esas atenciones que te brindan te están recordando constantemente que padeces una enfermedad lo suficientemente grave como para que te hagas merecedora de todas esas pequeñas y gratas ternuras con las que te abrigan el alma diariamente, como, por ejemplo, podría ser...qué sé yo...mirar para otro lado cuando protestas por el pinchazo en la vena y te has excedido en la protesta con algún vocablo inoportuno, o disimular con alguna broma cuando les rechazas una comida presentando como argumento tu más que justificado mal humor, o cuando elevas el tono de la voz más de lo adecuado cuando protestas por una cama mal hecha...Llega un momento en que se te hace odioso e insoportable ese cinturón de seguridad sicológico que te colocan con la mejor disposición nada más entrar aquí, porque es el recordatorio fiel y cotidiano, ya lo he dicho, de la terrible enfermedad que padeces, llegando hasta el extremo de que lo que desearías es que te echaran a patadas del hospital aunque, eso sí, sana, completamente sana.Estos dos días que he pasado sin escribir he pensado mucho en la muerte, en mi muerte. Como no podía escribir Mario se ha ofrecido, a pesar de que ya me conoce y sabía de antemano cual iba a ser mi respuesta, se me ha ofrecido como amanuense para que, si quiero, continue mi Diario al dictado. No podría. Sentiría que mis palabras pierden intimidad al dictársela al que la tiene que verter sobre el papel. Me saldría la prosa de un notario, o de un abogado, o de un escribiente de abastos. Unicamente me puedo confesar con el bolígrafo en mis manos. Siempre me ha gustado aislarme para escribir. Bueno la palabra "gustado" no sería la correcta, sino más bien "necesitado": Siempre he necesitado aislarme para escribir. Desde que, con apenas tres o cuatro años, comencé a llenar libretas y libretas con aquellos palotes en la Escuela de la señorita Trini, y levantaba parachoques y trincheras con mi maleta para aislarme del compañero de pupitre, desde aquella lejana edad no he podido escribir en presencia de alguien. Ni siquiera escribo cuando él se encuentra conmigo en la habitación. Es después de la cena, cuando ya se ha ido Mario y la enfermera me ha despejado la mesita que hay junto a la ventana, cuando me siento a tomar las notas de este Diario.El día de ayer lo pasé boca arriba y con las manos extendidas sobre la colcha, impregnadas de crema. Por la tarde tuve fiebre alta y Mario consiguió que me bajara algunas décimas colocándome bolsas de hielo en la frente y en las piernas. Desde la cama lo oía dar en el baño esos hondos suspiros que acostumbra a dar cuando algo le preocupa. No quiero preguntarle nada, tampoco lo necesito, lo conozco bien, sé que no es fuerte, nada fuerte, y cualquier comentario que haya oido sin querer en los pasillos puede dejarlo sumido en ese silencio todo el día. Es un niño. Un niño grande. Hace ya media hora que se ha ido y tengo su imagen aquí, delante de los ojos, en esta foto que nos hizo su hija cuando fuimos los tres a París con la autocaravana que estaba recien comprada. Estamos delante de una de esas hermosas balconadas a las que seguramente se asomaría la reina Maria Antonieta a darle hondos suspiros a la luna, o la misma por la que penetró la chusma parisina a darle garrote a la monarquía. Mario está de pie con su mostacho de carabinero y en esa postura forzada, tan poco natural que siempre saca en todas las fotos, yo, detrás de él, izada sobre el pretil del balcón y apoyada sobre sus hombros. Antes de marcharse, cuando se ha acercado para besarme le he dicho medio en broma y medio en serio que puedo morir en cualquier momento, se ha enfadado, y a cambio se ha permitido la pequeña venganza de confesarme que anoche al llegar a casa se compró un paquete de tabaco y se fumó tres o cuatro cigarrillos antes de subir a acostarse. Me preocupa que vuelva a fumar, pero me ha tranquilizado, me dice que les supo muy mal y que no le han quedado ganas de repetir. Hace ya tres años que no fumamos ninguno de los dos. Aprovechamos para dejarlo el viaje de dos meses que hicimos por Grecia durante el otoño del año dos mil. Esta tarde mientras ponía crema en mis manos le he preguntado si continuará igual de enamorado de mí cuando haya pasado todo esto. Me aprieta una mano entre las suyas. Le digo, con la voz medio rota, que por las mañanas, cuando acudo al lavabo y me miro en el espejo me veo muy vieja y muy estropeada. Y no me responde, sólo sonrie. ¡Dios mio! le tiene la muerte a una cogida por un brazo y dándole tirones con sus manos de tierra, y una no tiene otra cosa mejor que hacer más que enrredar con ese tipo de preguntas al hombre que vive contigo. ¿Sera cierto que existe eso que los escritores cursis llaman "el eterno femenino" y que hasta en las circunstancias más adversas hace su aparición? De todos modos de bien poco te sirve la coquetería en un lugar como éste, es hasta peligrosa; es algo que, si no quieres que te haga sufrir, has de tirar en la primera papelera que te encuentres nada más entrar. Aún sin ser coqueta nunca te acostumbras a ese rostro demacrado de piel amarillenta y seca como fondo de pantano que el espejo te escupe a la cara todas las mañanas. Las puntas de los dedos todavía no me las siento y no puedo escribir mucho tiempo sin detenerme a darles un respiro....Pero estaba hablando de mi muerte. Iba a decir que he tenido una sensación algo extraña, como si yo estuviera hablando de otra persona distinta de mí, pero de una persona muerta. Como si estuviera en presencia del cadaver de un desconocido. Eso es lo que he sentido cuando he escrito esas dos palabras.: "mi muerte". Claro que cuando te detienes a reflexionar un poco enseguida te das cuenta de que la cosa no encierra mayor misterio: La palabra "muerte" es una palabra que con ese posesivo de primera persona no usamos habitualmente; la gente no va por ahí hablando de su propia muerte, de "mi muerte", es algo de lo que se elude hablar, incluso se percibe como un síntoma de mal gusto el insistir en ese aspecto de la propia biografía. En mi caso creo que es la primera vez que la pongo por escrito aunque lo haya pensado muchas veces, y es por eso que me resulta extraña, como ajena a mí. Y no debería resultarnos tan extraña, porque siempre nos acompaña aunque nosotros pretendamos ignorarla como ese antiguo conocido incómodo que nos encontramos una noche en la cola del cine y ante cuya presencia nos ponemos descaradamente a mirar la cartelera para rehuir el saludo. Deberían educarnos, cree una, para cuando la muerte, nuestra muerte, pasa cerca de nosotros dispusieramos de la suficiente presencia de ánimo como para recibirla con algo de dignidad. Claro que todo esto está muy bien decirlo pero -como se dice- a la hora de la verdad...Algo tan natural y que viene sucediendo con una puntualidad zodiacal, algo tan preciso y tan necesario como la propia vida lo olvidamos completamente mientras gozamos de buena salud, no queremos pensar en eso. Siempre, siempre son los demás los que se mueren; el "otro". Sólo cuando te encuentras en una situación como en la que me encuentro yo ahora, es cuando, como lo piensas, te ves obligado a expresarlo con esa frase tan rotunda: "mi muerte".La señora Teresa, mi compañera de habitación me acaba de preguntar que por qué escribo. Y no he sabido responderle. ¿Por qué escribo? Ni yo misma lo sé. ¿Tal vez para conjurar esta enfermedad? ¿Para vencerla, aunque sea sobre el papel, como el hombre primitivo que creía poder matar al bisonte en campo abierto si antes lo pintaba asaeteado de flechas sobre las paredes de su cueva? Al final, por decirle algo que tampoco se aleja mucho de la verdad le digo que soy de caracter muy reservado y que desde muy joven, cuando he pasado por situaciones dificiles o por momentos de felicidad he recurrido al papel y la tinta para desahogarme con ellos. Se sorprende mucho cuando le añado que una vez pasada la mala o buena racha los tiro a la basura, a la papelera...

 


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